Desde que apagué mis implantes sensoriales voluntariamente, la urbe resuena diferente. El neón nunca calla, pero mis oídos sí. En el subsueño tecnológico se filtra una calma inesperada…
– Caminé por las calles digitales del viejo barrio, sin eco de anuncios holográficos.
– Un vendedor de implantes ambulante me ofreció “silencio premium”, me miró con ojos reales, no metáticos.
– Me quedé observando un grupo de transeúntes, todos absortos en sus pantallas reticulares, ignorantes del mundo tangible.
El silencio no es ausencia; es otro tipo de ruido.